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El bloqueo del escritor

La mayoría de las pequeñas empresas comprenden la importancia de tener un sitio web, un escaparate en línea que invite a los visitantes a entrar y explorar. Es un destino hacia el que se dirige el tráfico digital: desde perfiles de redes sociales, anuncios en línea, códigos QR y campañas de correo electrónico. Un sitio web no es sólo un marcador de posición digital; es un espacio donde la curiosidad se encuentra con la claridad, y el interés puede convertirse en acción.

Los empresarios suelen saber cómo hablar de lo que hacen. Han perfeccionado su discurso de ascensor, ensayado sus mensajes de venta y aprendido a presentar su propuesta de valor en función de la situación y del público. Pueden responder preguntas, resolver problemas y hablar con pasión de sus productos o servicios en persona. Pero escribir esa historia para un sitio web -elaborar una versión de la misma que sea descubrible, legible, persuasiva y emocionalmente resonante- es harina de otro costal.

Aquí es donde las cosas suelen romperse.

Un buen sitio web no se limita a repetir su argumento de venta, sino que lo profundiza. Crea un espacio en el que el cliente se siente visto, comprendido e intrigado. Entreteje el por qué detrás del qué. Invita a los visitantes a quedarse, aprender algo nuevo e imaginar cómo encaja su solución en su mundo. Y ese tipo de historia requiere algo más que viñetas y especificaciones de producto.

Cuando se contrata a un equipo de desarrollo web, una de las primeras peticiones es: "¿Puede enviarnos su material de marketing actual?". Puede tratarse de folletos, fichas técnicas, carpetas de prensa y, tal vez, un calendario de la empresa. Algunas agencias incluso solicitan el plan de empresa, no por sus datos financieros, sino por la información que puede ofrecer sobre la intención de los fundadores, su pasión, sus dificultades iniciales y sus objetivos.

Pero la mayoría de las veces, lo que se ofrece es esquelético. Funcional, pero no emocional. Informativo, pero no atractivo. Suficiente para rellenar unas cuantas páginas, pero no para construir una narrativa convincente que hable con autenticidad e invite a la confianza.

Aquí es donde el proceso creativo de entrevistar y escuchar adquiere un valor incalculable. Escribir para la web no es sólo una cuestión de redacción: es un acto de descubrimiento. Los mejores redactores y estrategas de contenidos no empiezan con plantillas, sino con conversaciones. Hacen preguntas. Escuchan con atención. Sintonizan no sólo con lo que se dice, sino también con cómo se dice: el tono, la energía, los titubeos, el orgullo. Estas pistas verbales a menudo revelan más que los propios hechos.

A través de ese diálogo, empieza a surgir la materia prima de la historia: no sólo los servicios ofrecidos o los mercados atendidos, sino la visión del fundador, los momentos cruciales que dieron forma al negocio, los retos que provocaron la innovación, las opiniones de los clientes que lo significaron todo. Estos detalles, cuando se desentierran con cuidado, se convierten en el alma del sitio.

Crear un sitio web de esta manera requiere confianza por ambas partes. No se trata sólo de producir texto, sino de captar la voz. El escritor se convierte en una especie de traductor que interpreta la misión y la cultura del fundador en un lenguaje apto para la web que resuena tanto en los humanos como en los motores de búsqueda. Esa traducción solo funciona cuando el empresario está dispuesto a ser sincero, reflexivo y, en ocasiones, vulnerable.

El verdadero reto de escribir un sitio web no es técnico, sino personal. Hay que pasar de presentar información a contar una historia. Y esa historia tiene que ser sincera, concreta y humana. Tiene que dar a la gente una razón para interesarse.

Para ello, los empresarios deben dejar que el equipo de marketing entre, no sólo en sus operaciones, sino también en su mentalidad. En su historia original. En sus aspiraciones y temores reales. En los pequeños detalles que diferencian a su empresa y en los valores que dan sentido a su trabajo.

Es entonces cuando empieza la verdadera redacción. No con una lista de características o un esquema de la página de inicio, sino con confianza. La confianza para abrir el proverbial kimono y dejar que un escritor dé forma a un mensaje que no solo sea estratégico, sino también sincero.

Porque lo cierto es que los mejores sitios web no sólo venden, sino que conectan. Y una conexión significativa solo puede empezar con una buena historia.

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